La película El Somni de Franc Aleu y El Celler de Can Roca se acaba de presentar hace pocos días en el Festival Internacional de Cine de Berlín, en la sección de Cine Culinario.
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Los creadores del Somni definen esta experiencia como una ópera en doce platos, un banquete en doce actos. «El Somni» es una película que muestra el proceso creativo de más de 40 artistas que participaron en una cena articulada como una ópera en 12 platos, con las creaciones gastronómicas del Celler de Can Roca y dirigida por Franc Aleu.
Las doce personalidades elegidas para experimentar el sueño de los hermanos Roca fueron el cocinero Ferrán Adrià, el escritor Rafael Argullol, el artista Miquel Barceló, el antropólogo Joel Candado, el doctor Bonaventura Clotet, la actriz Nandita Das, el ingeniero Abderrahma Khedda, el biólogo Ben Lehner, el escritor especializado en alimentación Harold McGee, la actriz Freida Pinto, el compositor Josep Pons y la física Lisa Randall.
Según sus creadores es La obra total (Gesamtkunstwerk), multidisciplinaria, analógica, digital, real, onírica, cibernética y gastronómica.
Este potaje estético está compuesto por diferentes disciplinas artísticas: Ópera, electrónica, poesía, 3D, artes escénicas, canto, filosofía, pintura, cine, música y cocina. … ¿Funcionará?
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Gesamtkunstwerk, menuda palabra, de hecho, desde el Renacimiento, esta es una aspiración central tanto en la literatura como en la música. Esta aspiración a la obra de arte total, que en la Antigüedad habría sido encarnada en la tragedia ática, atraviesa los siglos modernos y es acogida con entusiasmo por el Romanticismo. Antes de Wagner la más fenomenal tentativa de reconstrucción de esa visión totalizadora que se atribuía a la escena griega, vino del lado de la literatura, con el Fausto de Goethe, obra a la que su autor otorgaba una dimensión no sólo poética sino también operística. Goethe, que terminó el Fausto antes de morir a los 81 años, estaba convencido de haber conseguido una cierta reencarnación de la tragedia griega en la época moderna y, por consiguiente, la obra total.
Admirador incondicional de Goethe, a cuyos textos puso música en diversas ocasiones, Richard Wagner defiende, en Ópera y drama y en otros escritos, que la Gesamtkunstwerk (obra de arte total) es el desafío artístico esencial del futuro. La unificación de los lenguajes artísticos procurará un nuevo arte que, a su vez, abrirá el camino de una nueva humanidad.
Para el compositor la anhelada unión entre poesía y música, que supondría el acceso a la obra total, únicamente podía producirse en el territorio del mito. En su opinión, la decadencia artística de Europa se había producido por el empobrecimiento de su savia mítica.
La virtud de los proyectos casi irrealizables, cuando están en manos de grandes artistas, como Goethe o Wagner, es que siempre liberan energías creativas que escapan a su propia imposibilidad. ¿Estarán los hermanos Roca a la altura de las expectativas creadas? ¿O tan sólo es una apuesta novedosa generada a través de un buen sistema de marketing?
La idea de Gesamtkunstwerk fue permanente objeto de consideración entre los utopistas de la primera posguerra. El Proun de Lissitzky y la escultura-arquitectura visionaria de Tatlin no son, ni mucho menos, casos aislados. Por ejemplo, el artista dadá Kurt Schwitters (1887-1948), que trabajó con Lissitzky, concibió una alternativa a las manifestaciones convencionales del arte de taller, cuyo fin también era el de integrar las artes en una nueva realidad espacial. Llamó Merz al proyecto al que dio realidad: «Merz significa crear relaciones, preferentemente entre todos los elementos del mundo». Ningún grupo de artistas de ímpetu utopista o revolucionario escapó en los años veinte al ideal de integración de las artes. Entre los primeros móviles de Walter Gropius al diseñar en 1919 el proyecto de la Bauhaus estaba la concepción de una catedral del futuro. Gropius lo sintetiza así: «La finalidad última del arte: la concepción creadora de la catedral del futuro. Esta será todo en una sola forma: arquitectura y escultura y pintura». En sentido nato, a los proyectos programáticos de vanguardia les fue inherente la aspiración a crear un nuevo espacio vital por la obra de arte integrada.
Ahora la Gastronomía, con mayúsculas, recoge el guante de los proyectos programáticos de vanguardia, porque, quién si no puede estar más en vanguardia hoy en día que la Cocina de Vanguardia? Sin embargo, las estéticas de vanguardía tradicionales han sido despojadas de sus atributos militares y se han convertido en mero espectáculo, como nos demostró Guy Debord:
“Toda la vida de las sociedades donde rigen las condiciones modernas de producción se manifiesta como una inmensa acumulación de espectáculos. Todo lo que antes se vivía directamente, ahora se aleja en una representación”
En su primer y famosísimo ensayo de 1967, titulado La sociedad del espectáculo describía Guy Debord a las naciones postindustriales como obras de arte totales en su nivel más bajo, es decir, como obras de entretenimiento y diversión de la calidad más baja y degenerada. El «espectáculo» que exhiben es, «el reino autocrático de la economía de mercado, una vez ha accedido al estatuto de soberanía irresponsable, junto con las nuevas técnicas de gobierno que acompañan a su reinado.»
Así que en estas sociedades avanzadas cuyo modelo administrativo mejora al de la Mafia, el arte ha alcanzado su máxima racionalidad: el valor artístico lo fija la venta y punto. Ni la crítica, ni el periodismo, ni la universidad harán otra cosa que repetir lo sancionado por el mercado, pero no por ello ha terminado la tarea de los artistas.
Como dice Félix de Azúa, sesde que el arte ha muerto, sabemos que es sumamente fácil disfrazar de artistas a los policías. […] Arthur Cravan veía venir ese mundo (cuando escribía en Maintenant: «Pronto ya no veremos por la calle más que artistas y será un trabajo ímprobo encontrar un hombre».
G. Debord, La société du spectacle, Buchet-Chastel, París, 1967. Traducción española de Pre.Textos, 2ªed. 2005
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