Hace unos años me topé con un precioso texto sobre Vincent Van Gogh, probablemente el mejor que he leído sobre él nunca (gracias Angel por la pista). Se titula «Les Isolés» (Los aislados) y fue escrito por Albert Aurier y publicado en enero de 1890 en el Mercure de France. Curiosamente fue el primer artículo crítico que se escribió sobre Van Gogh. Mucho se ha escrito desde entonces, pero nada comparable con este texto. Hay frases memorables en el texto y también se deducen otras no menos memorables. Por ejemplo, esa idea que Aurier nos traslada sobre la pintura de Van Gogh de vestir al pobre de los colores del mundo; en hacerle partícipe de su esplendor; de sus materias más preciosas. También gracias a Albert Aurier, por su artículo sobre Van Gogh sabemos que no sólo era enemigo de la pintura boueux (fangosa), sino que era de los que creían que algunos pintores perciben, de un modo casi patológico, <<colores, luces, matices imvisibles para las pupilas sanas, las mágicas irisaciones de las sombras…>>.

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Gabriel Albert Aurier fue escritor, crítico y teórico del arte; con Alfred Vallette y su amigo, el poeta y crítico de arte, Julien Leclercq, fue uno de los fundadores del Mercure de France, donde publicó numerosos artículos sobre pintores entonces poco conocidos: Paul Gauguin, Van Gogh, Puvis de Chavannes, Gustave Moreau, Monet, Renoir, Morisot Berthe. Él escribió el primer artículo sobre Vincent Van Gogh, publicado en enero de 1890. Figura clave en el primer simbolismo, Aurier fue quien reveló al público a los impresionistas. Fue uno de los escritores más importantes de la escuela decadente , y uno de los promotores del simbolismo en la pintura y la literatura.

Me he permitido traducir «Les Isolés» casi en su totalidad y haceros partícipes de dicho texto:

«Les Isolés»

Bajo cielos deslumbrantes, a veces tallados como zafiros o turquesas, a veces modelados bajo no sé qué tipo de azufres infernales, cálidos, deletéreos y ciegos; bajo cielos como coladas de metal y cristal en fusión, donde a veces se despliegan radiantes y tórridos discos solares; bajo el incesante y formidable centelleo de todas las luces posibles; en atmósferas cargadas, llameantes y punzantes que parecen ser exhaladas por hornos fantásticos donde el oro, los diamantes y gemas singulares son volatilizados – aquí se despliega una extraña naturaleza inquietante y turbadora, a la vez totalmente verdadera y sin embargo casi sobrenatural, una naturaleza excesiva donde todo – seres y cosas, sombras y luces, formas y colores – se levanta con una voluntad rabiosa aullando su propia y esencial canción, con el timbre agudo más intenso y feroz; los árboles, retorcidos como gigantes en la batalla, son los que  proclaman su poder indomable con el gesto de sus nudosas ramas y la amenaza del flamear de sus verdes crines, el orgullo de su musculatura, su savia cálida como la sangre, su eterno desafío al huracán, al rayo, a la naturaleza perversa; los cipreses son los que trazan sus negras pesadillas de siluetas en llamas; montañas arqueadas como lomos de mamuts o rinocerontes; vergeles blancos, rosas y amarillos, como sueños ideales; las casas bajas se contorsionan apasionadamente como seres que gozan, sufren y piensan; piedras, terrenos, maleza, campos verdes, jardines, ríos… parecen esculpidos en desconocidos minerales, pulidos, relucientes, irisados, mágicos; son paisajes resplandecientes que parecen estar en una multicolor ebullición proveniente de algún diabólico crisol de alquimista; el ramaje se diría que es de bronce antiguo, de cobre nuevo, de cristal hilado; los parterres de flores no parecen flores sino una exuberante joyería hecha con rubís, ágatas, ónices, esmeraldas, corindones, crisoberilos, amatistas y calcedonias; es el universal y loco resplandor de las cosas; es la materia, la naturaleza frenéticamente retorcida hasta el paroxismo, llevada al culmen de la exacerbación; la forma se vuelve pesadilla, el color se torna en llamas, lavas y pedrerías, la luz incendia, da vida y fiebre alta. …

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Van Gogh Semeur et couchant (Sembrador y atardecer) -1888-

… Y sobre todo, al igual que todos sus ilustres compatriotas, es un realista, un realista en el sentido más amplio del término. Ars est homo naturae additus, escribió el canciller Francs Bacon, y Emile Zola define el naturalismo como <<la naturaleza vista por un temperamento>>.  Pues bien, es este <<homo additus>>, es este «temperamento» que moldea la unidad objetiva de lo diverso lo que complica la cuestión y elimina la posibilidad de cualquier criterio absoluto para medir el grado de sinceridad del artista. Para determinar esto, la crítica queda inevitablemente reducida a conclusiones más o menos hipotéticas, pero siempre cuestionables. Sin embargo, en mi opinión, en el caso de Vincent van Gogh, a pesar de la desconcertante extrañeza de sus obras, es difícil para un espectador imparcial y bien informado negar o cuestionar la veracidad ingenua de su arte, la ingenuidad de su visión.

En efecto, con independencia de este indefinible aroma a buena fe y de visión verdadera que desprenden todos sus cuadros, la elección de los temas, la armonía constante entre las notas de color más excesivas, el estudio concienzudo de los caracteres, la continua búsqueda del código esencial de cada cosa… mil detalles significativos dan prueba de su profunda y casi infantil sinceridad, de su gran amor por la naturaleza y por la verdad – de su verdad personal.

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Vincent Van Gogh: Carta a su hermano Theo con un esbozo del Sembrador

Teniendo en cuenta esto, por lo tanto se puede deducir legítimamente que las obras de Vincent van Gogh pertenecen al temperamento de un hombre, o mejor, al de un artista – una deducción que se puede corroborar, si queréis, con datos biográficos. Lo que caracteriza toda su obra es el exceso. . . el exceso en la fuerza, el exceso de nerviosismo, la violencia de su expresión. En su afirmación categórica del carácter de las cosas, en su frecuente y temeraria simplificación de las formas, en su insolencia para fijar el sol de frente, en la pasión vehemente de su dibujo y su color, incluso en los más pequeños detalles de su técnica… se revela una figura poderosa, masculina, audaz, a menudo brutal… y  sin embargo  ingenuamente delicado.

Además,  se adivinan los excesos casi orgiásticos en todos lo que pinta, es un exaltado, un enemigo de las sobriedades burguesas y sus minucias, una especie de gigante ebrio más apto para remover montañas que para manejar chucherías en los estantes, un cerebro en ebullición derramando su lava por todos los recovecos del arte, un irresistible, un terrible y enloquecido genio, muchas veces sublime, grotesco otras, casi siempre al borde de la patología. A fin de cuentas, y sobre todo, es un hiperestésico con síntomas claros que percibe intensidades anormales, quizás incluso, dolorosas, percibe los imperceptibles y secretos caracteres de las líneas y las formas, pero más aún los colores, las luces, los matices invisibles para las pupilas sanas, las mágicas irisaciones de las sombras. He aquí el origen de su realismo, su neurosis. Y he aquí por qué su sinceridad y verdad son tan diferentes del realismo, de la sinceridad y verdad de los grandes y pequeños burgueses holandeses, ellos, con cuerpo tan sano, con un alma tan equilibrada, fueron sus antepasados y maestros.

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Van Gogh Campo con cipreses 1889

Sin embargo, este respeto y ese amor por la realidad de las cosas no es suficiente sólo para explicar y caracterizar el arte profundo, complejo y diferente de Vincent van Gogh. Sin duda, como todos los pintores de su raza, es consciente de la materia, de su importancia, de su belleza, pero a menudo, no considera a esta encantadora materia como una especie de maravilloso lenguaje destinado a traducir la Idea. Es, casi siempre, un simbolista. No un simbolista como los primitivos italianos, esos místicos que intentaban experimentar el deseo de desmaterializar sus sueños, sino un simbolista que siente la continua necesidad de revestir sus ideas con formas precisas, ponderables y tangibles, con envolturas intensamente carnales y materiales. En casi todas sus telas, bajo esta envoltura mórfica, bajo esta carne tan carnosa, bajo esta materia tan material, subyace, para el espíritu que sabe verlo, un pensamiento, una Idea, y esta Idea, el sustrato esencial de la obra, es al mismo tiempo, la causa eficiente y final. En cuanto a las brillantes y resplandecientes sinfonías de líneas y colores, cualquiera que sea su importancia para el pintor, en su trabajo no son más que simples medios expresivos, simples procedimientos de simbolización. De hecho, si nos negamos a reconocer la existencia de estas tendencias idealistas debajo de este arte naturalista, una gran parte de la obra que estudiamos quedaría absolutamente incomprensible. ¿Como explicaríamos, Le Semeur (El Sembrador), este augusto y turbador sembrador, esta tosca figura brutalmente genial, que se parece a veces y lejanamente al propio artista, cuya silueta, gesto y trabajo han obsesionado siempre a Vincent Van Gogh, y que pintó y repintó tan a menudo, tanto bajo el cielo rubescente del atardecer, como bajo el polvo de oro de los mediodías abrasadores?¿ cómo podríamos explicar El Sembrador sin considerar la idea fija que atormenta su cerebro cerebro sobre el advenimiento necesario de un hombre, de un mesías, sembrador de verdad que regenerase la decrepitud de la gente como Guillaumet, del desvaído Fromentin o del cenagoso Géròme, en esos países resplandecientes, de fulgurantes soles y de colores que ciegan?…

… ¿Son prácticas todas estas teorías, todas estas esperanzas de Vincent Van Gogh? ¿No son vanas y bellas y quimeras? ¿Quién lo sabe? En todo caso, no voy a examinarlo aquí. Para caracterizar un poco a este curioso espíritu bastará con hablar sobre su técnica.

El lado externo y material de su pintura está en correlación absoluta con su temperamento de artista. En todas sus obras, la ejecución es vigorosa, exaltada, brutal, intensa. Su dibujo, rabioso, pujante, a menudo, desmañado y un poco rudo, exagera el carácter, lo simplifica, pasa a ser el de un maestro triunfante por encima del detalle y alcanza la magistral síntesis, el gran estilo a veces, pero no siempre.

Su color ya lo conocemos. Es inverosímilmente deslumbrante. Que yo sepa, es el único pintor que percibe el cromatismo de las cosas con esta intensidad, con esta cualidad metálica, gémica. Su investigación de las coloraciones de la sombras, de las influencias de los tonos sobre los tonos, de los soles plenos son las más curiosas. Él no siempre sabe evitar algunas crudezas desagradables, ciertas discordancias, ciertas disonancias… En cuanto a la factura propiamente dicha, a sus procedimientos inmediatos para iluminar la tela, son, como todo lo suyo, fogosos, poderosos y muy nerviosos. Su pincel opera mediante enormes empastes de tonos muy puros, mediante regueros curvados, rotos por toques rectilíneos…, mediante el amontonamiento, a veces desmañado de una rutilante construcción, y todo esto da a algunos de sus cuadros la apariencia sólida de deslumbrantes  murallas hechas de cristales y de sol.

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Van Gogh Casas con techo de paja con reminiscencias de sol del Norte 1890

Este robusto y verdadero artista, con tanta raza, con las brutales manos  de un gigante y los nervios de una mujer histérica, con el alma iluminada, tan original y tan apartado de nuestro lastimoso arte actual… ¿Conocerá algún día – todo es posible –la alegría de la rehabilitación, el reconocimiento y cuidado de la moda? Quizás. Pero cuando llegue, aun cuando la moda pague sus telas – lo que poco probable – al precio de las pequeñas infamias de Mr. Messonier, no creo que haya mucha sinceridad en esta tardía admiración por parte del gran público. Vincent Van Gogh es, a la vez, demasiado simple y sutil para el espíritu burgués contemporáneo. ¡Nunca será plenamente comprendido más que por sus hermanos, los artistas muy artistas … y por los felices del pueblo llano, quienes por suerte habrán podido escapar de las piadosas enseñanzas laicas!

G. Albert Aurier

El texto original lo tenéis aquí: Les Isolés : Vincent van Gogh, Mercure de France, janvier 1890, p. 24-29.

Libros: Albert Aurier. Textes critiques, 1889-1892, Paris, 1995, pg 70

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