Hace unos años tuve la suerte de que cayese en mis manos una excelente biografía de Nicolás Maquiavelo. Su autor es Valeriu Marcu y el título del libro «Maquiavelo. La Escuela del Poder«. El Estado como forma de organización política surge en la Europa del Renacimiento y no ha cesado de evolucionar desde entonces. En este contexto se considera a Maquiavelo como uno de los teóricos políticos más notables del Renacimiento, pues con su aporte se abre camino a la modernidad en su concepción política y a la reestructuración social. A lo largo de tres posts desarrollaré el capítulo del libro de Marcu sobre el encuentro de Nicolás Maquivelo con César Borgia y la fuerte impresión que causará a Maquivelo el carácter de César para el desarrollo de su obra política.
MAQUIAVELO CON EL MAESTRO DE LA TRADICIÓN
Cristo murió en la cruz por los hombres. Una gota de su sangre hubiese bastado, pero derramó un río. A ese sacrificio de Cristo se agregan la pureza inmaculada de la Virgen, los sufrimientos de los mártires, los hechos de los apóstoles, de los santos y de los justos, todas las obras buenas. Para eso la humanidad tiene en el cielo un tesoro de devoción, y gracias a la misericordia también los pecadores pueden tener participación en esos beneficios, pues el Papa tiene en su poder las llaves de esta fuente de liberación. De este tesoro, de esta idea inatacable para la Iglesia, maravillosamente conciliadora para la humanidad, que abarca la realidad humana de y todas la épocas y de todos los tiempos, surgió, en tiempos de Alejandro VI, principalmente, un verdadero negocio, llamado la venta de indulgencias.
La Iglesia, con su organización administrativa central, había sido ya mucho antes de Alejandro, y en unión principalmente con los banqueros florentinos, la fuerza estimuladora de las nuevas potencias del mundo. La cámara apostólica obraba como exploradora de la cambiante economía, y justamente este contacto con el dinero es lo que dio a la organización vaticana un impulso atrevido, aunque disciplinado y calculado.
Alejandro VI amaba el dinero, pero su pasión del oro fue superada por la pasión y el amor hacia sus hijos. Los amaba con la ternura de una madre y con la firmeza, dispuesta a todo, de una persona de pocos escrúpulos.
Todos los sentimientos que generalmente se repelen y contradicen unos con otros convivían pacíficamente en su alma, y así vemos que siempre estaba dispuesto a perdonar, aunque su odio no conociera límites.
Su vida impulsiva era anárquica y al parecer sin objeto político, porque su interés se mostraba tan personal como si todo el mundo fuese su pañuelo. Pero, sin embargo, siempre obraba convenientemente en pro del interés y poder político del Papado.
Los enemigos más próximos de Alejandro Borgia, los Orsini, a los que combatió en alianza con los Colonna, deberían experimentarlo. Después que los Orsini fueron vencidos había que exterminar a los aliados, los Colonna. En eso consistió la habilidad política de los Borgia: después de la victoria común deshacerse del aliado de la lucha aún en el apogeo de la amistad. Este método no es una invención de Alejandro, que actúa gracias a sus capacidades como un virtuoso de la traición, pues grande es el arte de su fingimiento para este fin.
Cuando la suerte le es adversa se torna persuasivo y patético. <<Amigo –le dice al embajador veneciano Giustinian -, dígame todo con sinceridad y abiertamente; en esta habitación se encuentran solamente Dios, usted y yo.>> pero Alejandro también se deja dominar por la ira, y entonces injuria en el idioma de sus padres: ¡en español!
Todo lo que en Alejandro es carácter vehemente, desenfrenado y exagerado, con su hijo César, <<gonfaloniere>> y capitán general de la Santa Iglesia, está reprimido y regulado. César se halla libre de vicios y del afán de placeres, y aunque se divierta de vez en cuando, siempre se muestra muy por encima de todo placer ordinario. Porque César en todo obra con cálculo, y ninguna debilidad humana moderada constituye su fin. Para César la única meta poderosa, concreta y clara, es el poder, al que quiere poseer como posee su caballo. En el alma de este joven de veinticinco años, de este hijo de la suerte, como le llaman los italianos, reina un orden completo. La sagacidad, la hipocresía, el terror, la generosidad, todo lo tiene sujeto firmemente en su mano.
Si Alejandro es algo traidor, su hijo es el mago de la traición. Éste ha descubierto la música de la traición que atrae a todos, cual sirena, hacia el logro de su fin. El capitán general de la Iglesia no ejerce la diplomacia en el Vaticano con los embajadores, como su padre, sino en el campo de batalla donde traiciona a sus aliados antes, durante y después de los combates; porque ninguna víctima está suficientemente madura para él si antes no fue su aliada. <<Ha transformado la guerra – escribe un cronista – en una serie de traiciones.>>
Confirma esta afirmación lo acecido a su aliado el duque Guidobaldo de Urbino, cuyos estados son los mejor situados y más fuertes de la Romania, por lo que podrían convertirse en el centro de oposición a Roma. César Borgia se muestra amicísimo de Urbino: se regalan mutuamente brocados, caballos y alhajas, y se llaman en público y en privado <<los mejores hermanos de Italia>>. Cuando la amistad parece inquebrantable, César solicita a Urbino le preste su artillería, pues tiene que atacar Camerino. Una noche, mientras Urbino se encuentra cenando en el jardín de su castillo, llega un mensajero con el anuncio de que la caballería de César está atravesando hostilmente la comarca. El siguiente aviso es ya más concreto y terminante: César ha cambiado la dirección de su ejército en marchas forzadas durante la noche, con una rapidez inverosímil, y los cañones que recibiera prestados del duque de Urbino apuntan ahora a la ciudad de éste. El duque sólo tuvo tiempo para huir disfrazado del país. Y únicamente después de haber tomado Urbino es cuando César se dirige con los cañones prestados contra Camerino, lo ocupa, y entonces invita al soberano de la ciudad a negociar con él; una vez firmado un tratado generoso se despide de él, y seguidamente César lo manda estrangular juntamente con sus hijos.
Faenza, estado que durante varios meses se ha opuesto a las tropas del Papa, ahora capitula. César se compromete a conceder una retirada libre, y de este modo el príncipe de Faenza, Astore Manfredi, cuyos antepasados fueron los soberanos de la ciudad durante 200 años, puede emigrar al exterior. Pero César se muestra tan lleno de sentimientos humanitarios hacia la ciudad vencida, que Manfredi se siente obligado a agradecer este rasgo del capitán general del Papado. Pomposamente recibe el vencedor al vencido, y como señal de su amistad libera a los prisioneros sin dinero por el rescate, provee de alimentos a la ciudad hambrienta y prohíbe a los soldados que entren en la misma. Manfredi, joven melancólico de diecisiete años de edad, mira a su vencedor como el señor de la bondad y solicita permiso para permanecer en el séquito de César. De este modo se sella una alianza amistosa. César invita a Manfredi y a su hermano a ser sus huéspedes en Roma, donde son conducidos al Palacio Vaticano. Unos días más tarde aparecen sus cadáveres en la orilla del Tíber.
Solamente ha un soberano en toda la Romania que no se cree una sola palabra de lo que afirma César: Catalina Sforza. El miedo que casi todos sienten, no sabe Catalina en qué consiste. Detrás de una muralla de balas, Catalina sigue resistiendo y luchando. Por fin algunos de los oficiales franceses de César matan a los que rodean a la condesa y toman a ésta prisionera, después de una penosa lucha. Catalina debe ir a Roma a caballo al lado de César. Allí se intenta asesinarla, pero los franceses, que la consideran como su prisionera, evitan este sacrificio y afirman que no es costumbre de caballeros matar a las señoras, y la conducen al refugio seguro de Florencia. César se halla apenado por esa pérdida; porque no quiere solamente los territorios de sus vasallos, sino también sus cabezas. Con la facilidad de un felino salta sobre su presa, y aunque no siempre logra capturarla, nunca pierde sus huellas: siempre la tiene a la vista. Hasta que su antecesor en el poder no esté bajo tierra, el territorio conquistado lo es solamente a medias.
Para cada ciudad y para cada tirano César tiene una forma distinta de engaño. Ya apadrina al sucesor del trono en la pila bautismal, ya adormece la vigilancia con breves pontificios, ya se alía con los ciudadanos descontentos contra el príncipe, ya aparece como el liberador de gravámenes injustos; unas veces proporciona el trigo a bajo precio, otras promete cancelar todas las deudas o compra sencillamente la guarnición de la plaza.
Antes de que César Borgia empezara a actuar de esta manera, Roma había sido la ciudad más agitada de Italia, pues las dos familias de los provinciales potentados, los Colonna y los Orsini, dominaban el Vaticano.
Y fuera de las murallas de la ciudad eterna, en la Romania* que se extiende de los Apeninos hasta el Mar Adriático y hasta la llanura de Po, la impotencia papal era aún mucho mayor. La Romania era, con pocas excepciones, el territorio políticamente más salvaje de Italia. Allí luchaban unos contra otros, y los señores estaban tan llenos de crímenes como sus súbditos. Los mendigos, los caballeros salteadores de caminos y los campesinos embrutecidos saqueaban a porfía a sus soberanos tradicionales. Y en cada aldea se notaba y latía el mismo espíritu como en un castillo de barones o duques. En esa región estaban casi siempre en pie de guerra entre sí y los grandes señores feudales de la Iglesia, los Baglioni en Perugia, los Sforza en Pesaro, los Malatesta en Rímini, los Manfredi en Faenza, los Bentivogli en Bolonia, y no les importaba unirse con cualquiera siempre que se tratase de combatir al Papa, su soberano. El estado papal conservaba sólo un derecho teórico e hipotético, en cuanto a efectividad, de la soberanía, y tan irregular que raramente recibía los tributos de estos combativos súbditos.
Rodeados por semejantes príncipes feudales y en un clima europeo por donde sólo tenían derecho de vida y de pleitesía los fuertes y los armados, durante una época en la cual se valoraban todas las uniones tradicionales y todas las ideas místicas por su contenido de poder, no es extraño que los Papas guerreros fueran los que sostuvieran el Papado.
Pero César Borgia fue el encargado de cumplir la misión de sostener por las armas al Papado en tiempos de su padre Alejandro VI. Es un buen ardid para los fines estatales: los Papas suben generalmente al trono pontificio cuando ya son ancianos, y difícilmente hubiese tenido un anciano la elasticidad necesaria para deslizarse por entre el laberinto de la Romania. Para cimentar el poder temporal de la iglesia, Roma tiene en César una fuerza joven; porque él y no su padre es en los años decisivos el soberano temporal de la Ciudad Eterna. Alejandro se preocupa por la cristiandad y costea las empresas de su hijo.
Después de cuatro años se puede apreciar el fruto de este trabajo de César: ningún Papa fue en tiempo alguno tan poderoso como Alejandro VI. Aunque a los sucesores en la silla de Pedro no les agrade el recuerdo de estos Borgia, no deben olvidar, sin embargo, que éstos les regalaron durante trescientos años ciudades, llanuras, ríos y colinas de sus territorios, y libraron ala Santa Sede de la preocupación odiosa de ser desterrados de su propio país. Padre e hijo lograron lo que hasta entonces nadie había conseguido: los Colonna y los Orsini fueron dominados en Roma, todas las casas de los barones sometidas, todos los territorios de la Iglesia centralizados y los señores de Urbino, Faenza, Rimini, Camerino, Perugia, Imola, Foli, Pesaro, Piombino y otros, desterrados o reducidos a la impotencia. Y al mismo tiempo se consiguió que el Colegio de Cardenales y la Curia fueran un instrumento obediente a manos del Papa.
Los Borgia tenían ya en su poder la herencia territorial de la Iglesia, cuyos límites eran conocidos. Pero César no era un hombre a quien se le puede poner coto a sus aspiraciones, ni limitar su voluntad. César iría más adelante, pues cuanto más fácil era el camino, tanto más quería avanzar.
Ahora tropezaba con dos vecinos: con Venecia y con Florencia. A entrambos los protegía la alianza francesa; pero había una diferencia: Venecia estaba en condiciones de defenderse, pero Florencia no.
En Toscana una dificultad sigue a la otra y una crisis da origen a la siguiente, no resolviéndose nunca plenamente y amontonándose hasta formar una torre. Todo el arte y habilidad de la Signoria* consistía en mantener esa torre de forma tal que al caer no arrastrase en su derrumbamiento a Florencia y la sepultase. Por eso César piensa que podría apoderarse de Florencia sin disparar un solo tiro. A los franceses no les agradaría, cree César, pero se les pondría ante el hecho consumado y luego se negociaría. Lo que deseaba ante todo saber a ciencia cierta el capitán general del Estado Pontifical era el grado de oposición interior de Florencia. Por el momento se encuentra en la frontera de Toscana y debe volver a Roma; por eso solamente exige de la Signoria el derecho de paso para sí y para su ejército, pues desde Bolonia quiere atravesar la República, para alcanzar la ciudad sobre el Tíber, pasando también por Piombino.
De regreso a Florencia desde Francia, Maquiavelo encuentra a su ciudad otra vez debatiéndose por su existencia. Es cierto que puede informar a la Signoria que las simpatías de Luis son por Florencia, lo mismo que las del cardenal d´Amboise, pero el rey está lejos, y César, en cambio, se encuentra en la frontera.
Durante la noche el pánico entumece a Toscana como una helada. Los caminos que conducen a Florencia revientan de campesinos que huyen con los carros, donde esconden su pobreza, y con los animales. <<En la ciudad misma – escribe un cronista – no se trabaja, sobre todo en sedería, y la gente pobre se encuentra en la miseria más espantosa y hace oír su clamor>>. La Signoria está tan desconcertada como todo el mundo. Ni permite ni prohíbe el paso. Más apenas césar ha puesto el pie en territorio de la República, cuando ya la Signoria hace con él un convenio.
Maquiavelo se había opuesto desde un principio a la política de la Signoria. <<Ya que no estamos en condiciones – dice – de impedir el paso, sería más inteligente y más ventajoso para nuestra dignidad conceder el permiso sin ninguna restricción.>>
La soldadesca de César saquea los territorios que atraviesa, y la segunda cancillería de Nicolás procura proteger a la población con una huida regulada. Florencia está en estado de alarma y Maquiavelo recibe la orden de procurar armas a la ciudad. En esos días de general desvarío, Nicolás no se da abasto para cumplir encargos y más encargos.
A menudo se le envía a Pistoia, a Arezzo y a las fronteras de la República o al territorio de Val di Chiana, donde reina el desorden y la rebelión. Los habitantes de las aldehuelas de las llanuras se han de mantener en obediencia; los campesinos, debido a la inseguridad general, han robado las cosechas ajenas y se han apoderado de bienes que no les pertenecían. No quieren ya someterse a Florencia, y en todos esos territorios empieza a arder el fuego de la guerra civil.
El paso del ejército de César ha terminado; éste se encuentra ya en Roma y sus tropas han abandonado el suelo toscano; pero el levantamiento en Arezzo y en Val di Chiana es su legado. Uno de los <<condottieri>>, Vitelozzo Vitelli, un enemigo furioso de los florentinos – nunca olvida que su hermano fue decapitado por alta traición a la Signoria -, ha incitado esas regiones a la rebelión. César no confía en Vitelli, pero no se opone a que el <<condottiere>> mantenga a Toscana en perpetuo estado de alarma. Es un buen trabajo para los Borgia. César, de este modo, puede asegurar a la Signoria y a Luis que ya no tiene influencia alguna contra Vitellozo. Y éste se queda en territorio de Toscana, en el foco de la rebelión. También le hubiera gustado sorprender a Florencia con unos centenares de hombres; pero César advierte a su antiguo capitán que tenga cuidado. <<Y aunque el golpe tuviese éxito – le pregunta -, ¿cómo podrías mantenerte?>> Vitelli contesta en ton negligente: <<La cuestión es empezar, pues la continuación y el final llegan siempre por sí mismos.>>
Y van surgiendo de sus escondites y se dirigen hacia Vitelli todos los enemigos de los florentinos, todos los partidarios de los Médicis y todos aquellos a quienes la Signoria en algún tiempo hiciera algún año. También se le unen el desterrado Pedro Médicis y algunos Orsini. Ahora ya todas las provincias levantadas se declaran a favor de los Médicis, aunque las aldeas de campesinos lo hagan solamente para salvar sus cosechas de las bandas de asesinos de Vitelli y sus amigos. Florencia se ve en la necesidad de mandar tropas y prevé que la guerra de guerrillas será larga. La minúscula Toscana tiene ahora dos frentes en su propio territorio: uno en Pisa y otro en Val di Chiana.
Florencia, atemorizada, tiembla de indignación contra César. Toscana se alegraba desde hacía muchos años de su seguridad interior, pues en ninguna ciudad ni parte Italia se cometían menos asesinatos ni menos asaltos. Allí triunfan los títulos de propiedad parecían seguros y solamente se producían cambios en la posesión por causa de crisis económicas y no por pura fuerza. Pero ahora todas las rutas comerciales que conducen a Venecia y a Roma se hallan amenazadas por los amigos de los Borgia. Y en medio de la paz flota una incertidumbre que presagia la guerra. A los florentinos les zumban los oídos de tantas atrocidades que les llegan desde Arezzo, de Val di Chiana, y de todas las regiones de la frontera y acerca de la guerra con Pisa. Los habitantes de esta última ciudad emprenden ahora una ofensiva, y aunque es cierto que no pueden competir con el ejército de la Signoria, sí pueden sus escaramuzas aniquilar las cosechas e incendiar los pueblos. <<Estamos – escribe un cronista – rodeados por un suelo fuego>>.
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*La Romania-Romaña es una región histórica de Italia central que actualmente forma parte de la región de la Emilia-Romaña.
*La Signoria (Señoría) fue el órgano de gobierno de Florencia durante la Edad Media y el renacimiento. Sus nueve miembros, («Priori«), eran elegidos de las filas de los gremios o cofradías de la ciudad: seis para las cofradías mayores y dos para las menores. El noveno prior era el Gonfaloniere.
¿Sabías que «MAQUIAVELO La Escuela del Poder» de Valeriu Marcu es extraordinariamente parecida a «MAQUIAVELO Las Técnicas del Poder» de Julio Soderini, libro renacentista traducido por la editorial argentina DISTAL? Si quieres saber más sobre esta increíble coincidencia entra a http://elcasojuliosoderini.wordpress.com/, te aseguro que no te vas a aburrir.
Como bien dice, no me aburrí leyendo su artículo. Le agradezco haya contactado conmigo, pues desconocía el libro o, mejor dicho, la estafa. He dado a conocer su página a amigos y en twitter (@PalauOrta), que disfrutarán como yo del relato que nos brinda sobre el enigmático caso Soderini.
Publicat per Josep Palau i Orta | 29 gener 2014, 17:35
http://geografies.wordpress.com/2012/12/02/cesar-borgia-conquistador-de-italia/
bastante interesante pues es nescesario saber que la politica es muy sucia
Estimado Alvaro:
No es que sea sucia, sino que la creación del estado moderno se realiza ante todo bajo medios violentos. Esta violencia al uso de la política es la que instaura la época de Maquiavelo y que nos ha llegado hasta nuestros tiempos, salvando matices.
Gracias