Durante este verano he vuelto a retomar varias lecturas, entre ellas he vuelto a leer a Antonio Damasio, y su último libro publicado en España «Y el cerebro creo al hombre«, editado por Planeta. He disfrutado de su lectura como disfruté de «El error de Descartes» o «En busca de Spinoza«. Pocos días después encontré un artículo del siempre perspicaz Felix de Azúa en el que confronta el libro de Damasio con el de John Searle. Os lo adjunto entero, pues no tiene desperdicio. Se titula «Pienso, luego pienso que pienso«

«Soy ahora plenamente consciente de que estoy escribiendo una columnita para el blog. El silencio campestre, por desdicha, está siendo atacado por una taladradora neumática. Un simpático vecino ha procedido a mejorar su vivienda. Soy consciente de que cada día soporto peor el estruendo. Pero sobre todo soy consciente de que soy consciente.

Este asunto de la consciencia (¡tan distinto del de la conciencia!) viene arrastrándose por la aulas universitarias desde que Descartes inventó el Sujeto moderno. Hoy ese problema se llama «the mind-body problem», la cuestión mente-cuerpo, pero es el mismo de siempre: ¿cómo se las arregla el cerebro (el cuerpo) para que yo sea consciente de que soy consciente? O lo que es igual, ¿cómo pasamos de procesos materiales (químicos, físicos, neurológicos, eléctricos…) a procesos mentales? ¿Qué vejiga cerebral me inyecta un elemento que se transforma en «¡yo soy yo!». ¿Y cómo se transforma ese elemento material en elemento mental?

En la actualidad los problemas filosóficos han pasado al departamento de ciencias cognitivas y muy particularmente a los especialistas en neurobiología. Ahora la fe está puesta en esos lugares y personas y con ello van las subvenciones y las ventas de libros. Nadie lo sabe mejor que Antonio Damasio, en este momento el más notorio de los neurobiólogos que se ocupan de estas cuestiones. Su último trabajo se titula, justamente, «Self comes to Mind«, que viene a ser: «El Yo llega a la Mente«. Aunque debemos tener en cuenta la corrección lingüística que hace que Mind, en español, a veces se traduzca por «mente» (herencia anglosajona), «razón» (herencia kantiana), «espíritu» (herencia alemana del Geist), «consciencia» (herencia francesa) o incluso «alma» en la tradición católica. Yo voy a usar «consciencia» para que se entienda que hablo de mí como objeto a pensar por el mí.

A_Damasio_Y_el_Cerebro_creo_hombre

Damasio ha presentado una descripción de cómo él cree que los procesos cerebrales, tal y como los estudia la neurobiología, acaban por producir (una) consciencia, siendo ésta un conjunto de «qualitative, subjective status of feeling or sentience or awareness». Es decir, que la consciencia consiste en un conjunto de estados subjetivos sentidos como tales, por ejemplo, el que antes anunciaba: yo soy yo y estoy escribiendo muy molesto porque hay ruido aquí al lado y cada vez lo soporto peor.

La descripción que viene luego a lo largo del ensayo es muy interesante y persuasiva, pero John Searle, otro campeón del asunto, la destruye en un artículo titulado «The Mystery of Consciousness Continues«, o sea, «El misterio de la consciencia sigue vivito y coleando a pesar de lo que diga Damasio». En su análisis Searle acusa a Damasio de lo habitual: que las descripciones neurobiológicas son circulares, que una descripción no es una explicación, y que finalmente el conjunto de procesos cerebrales que producen la consciencia forman parte, a su vez, de la consciencia, de modo que no puede uno escapar del círculo vicioso.

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Aunque la argumentación de Searle es tan compleja como la descripción de Damasio, el punto fundamental, simplificando en plan paleto, es el conjunto de imágenes por donde comienza la acción del cerebro según el neurobiólogo: «the mapping of the body», un mapa del cuerpo humano que, dice, produce el cerebro para sustentar luego a la consciencia. Se parece bastante al Yo trascendental de Kant, pero en fin, puede aceptarse el cambio terminológico. La cosa es que la consciencia precisa un lugar imaginario previo para sustentarse.

El problema, según lo ve Searle, es que estas imágenes las crea un «proto-self» y no se entiende que este «proto-yo» no sea ya una consciencia de algún tipo. Los mapas que imaginan un cuerpo para el acomodo de la consciencia, o bien tienen contenido mental (o psicológico) o bien son inexplicables, son virtus dormitiva. Pero si tienen contenido, entonces ya son consciencia, de manera que la consciencia crearía la consciencia.

Si alguien ha aguantado hasta aquí, atienda a la despedida. Que nuestra consciencia sea inexplicable, pero que, por ejemplo, no le preocupara en lo más mínimo a un sumerio o a un hitita, es más peligroso de lo que parece. Porque podríamos deducir que la consciencia es tan sólo un constructo cultural, algo que no existió durante muchos siglos y que dejará de existir en algún momento. De manera que, si es así, nosotros, los que hemos nacido en los siglos de la consciencia, somos los únicos que nos morimos de verdad. O sea, que somos conscientes de que nos moriremos absoluta e irremediablemente, ya que morir es, sencillamente, perder la consciencia, ese aditamento quizás superfluo de la condición humana. Y entonces, consciencia, ¿dónde está tu victoria?

Fuente:  Felix de Azúa

 

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